NAPOLEON Y HITLER. DOS MONSTRUOS

 




Napoleón no merece ser mitificado. Su figura, como la de otros líderes autoritarios, debería ser analizada con la misma dureza crítica que aplicamos a Hitler. Que uno dejara reformas legales y el otro un genocidio no borra el hecho de que ambos pisotearon naciones enteras por ambición personal. La memoria histórica no debería depender de lo útil que resulte un personaje para el relato nacional, sino del sufrimiento real que provocó.

 

El doble rasero de la historia: por qué no hay que mitificar a Napoleón

 

A lo largo de la historia, algunos personajes han sido revestidos de grandeza a pesar de las masacres que causaron, mientras que otros han sido condenados sin paliativos. Este doble rasero no siempre responde a los hechos, sino al uso político de la memoria. Napoleón Bonaparte es un ejemplo evidente de esta distorsión. No justifico las atrocidades cometidas por Hitler, pero tampoco acepto la exaltación casi romántica de Napoleón, cuyas guerras dejaron un rastro de muerte y destrucción comparable en muchos aspectos. Ambos líderes surgieron en contextos de crisis e iniciaron campañas de expansión imperial por Europa, lo que resultó en consecuencias significativas para la población. No obstante, uno fue objeto de mitificación histórica, mientras que el otro ha sido condenado de manera categórica.

 

1. Contexto inicial: dos países al borde del colapso

 

Cuando Hitler llegó al poder en 1933, Alemania estaba hundida por la derrota en la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles y una crisis económica profunda. Hambre, desempleo y frustración creaban un caldo de cultivo para un líder autoritario que prometiera orden y recuperación. En 1799, Francia vivía una situación parecida: tras años de revolución, se encontraba aislada, con guerras internas, caos político y penurias económicas. En ambos casos, la figura del líder se construyó como “salvador nacional”, aprovechando el desastre previo.

 

2. Invasiones ilegítimas disfrazadas de liberación


Tanto Napoleón como Hitler emprendieron guerras ofensivas bajo la apariencia de defensa o liberación. Invadieron territorios soberanos sin legitimidad jurídica ni respaldo ético. El derecho internacional, aunque menos consolidado que hoy, ya establecía límites y costumbres que ambos ignoraron. Las campañas napoleónicas, como las de Hitler, fueron actos de agresión sistemática.

 

3. El coste humano: millones de muertos


Entre 1800 y 1815, las guerras de Napoleón dejaron millones de muertos en toda Europa. Ciudades como Zaragoza fueron arrasadas; en Rusia, más de 400.000 soldados franceses murieron por frío, hambre y ataques civiles. Las tropas napoleónicas saquearon, fusilaron y reprimieron con dureza cualquier resistencia. Hitler llevó esta lógica más lejos: su maquinaria de guerra no solo arrasó países, sino que convirtió el exterminio en política de Estado. Seis millones de judíos fueron asesinados en el Holocausto, junto con millones de eslavos, gitanos, opositores, discapacitados y otras víctimas de su ideología. En ambos casos, el resultado fue una catástrofe humana a escala continental.

 

4. El mito como operación política


Aquí aparece la diferencia clave: Napoleón fue convertido en mito. La historiografía del siglo XIX, el romanticismo y el nacionalismo francés lo transformaron en héroe moderno: el genio militar, el reformador ilustrado, el hombre solo frente al destino. Sus crímenes fueron suavizados o ignorados. En cambio, Hitler nunca fue objeto de ese tipo de rehabilitación, hecho totalmente aceptable e inapelable según las atrocidades que cometió. Su derrota, su suicidio y el carácter atroz de su legado lo dejaron fuera de cualquier tentativa de redención simbólica. En su caso, se aplicó la ley —y el juicio histórico— sin matices ni excusas: se juzgó a sus colaboradores, se documentaron sus crímenes y su memoria quedó inseparable del horror. Nada parecido ocurrió con Napoleón, cuya figura fue rehabilitada y envuelta en una épica que omitió deliberadamente la magnitud del daño causado.

 

5. La memoria según conviene

 

El tratamiento de uno y otro responde menos a los hechos que a los intereses de cada época. Napoleón fue útil a la construcción del Estado-nación francés y a una Europa que quería modernizarse. Hitler, en cambio, se convirtió en el símbolo absoluto del mal, una figura que cumple una función moral: señalar los límites que nunca deben cruzarse. Esa diferencia no se basa en los millones de muertos ni en la legitimidad de sus guerras, sino en el relato posterior que se construyó sobre ellos.

 

6. Similitudes incómodas

 

Ambos líderes pretendieron dominar Europa. Ambos invadieron Rusia y fracasaron ante el clima y la resistencia local. Ambos impusieron regímenes de ocupación brutales, con represión sistemática y desprecio por la vida humana. La diferencia radica en la escala y en el componente ideológico: Hitler llevó la violencia hasta el genocidio industrial, mientras que Napoleón aplicó una lógica militar despiadada, sin llegar al exterminio racial. Pero en términos de ambición, desprecio por la soberanía de otros pueblos y sufrimiento causado, las similitudes son innegables.

 

7. Represalias y control civil

 

Las tácticas de ocupación también se parecen. Napoleón impuso gobiernos títeres, explotó recursos locales y castigó duramente cualquier levantamiento. Hitler hizo lo mismo, pero con un aparato represivo mucho más sistemático. En ambos casos, se utilizó el terror como herramienta de control. Fusilamientos, represalias colectivas, saqueos y deportaciones formaron parte de la estrategia de ambos.

 

8. ¿Qué se celebra realmente?

 

La exaltación de Napoleón no se basa en el sufrimiento que causó, sino en una construcción interesada. Se le recuerda por el Código Civil, la centralización del Estado o la idea de mérito frente al privilegio. Nada justifica el precio en vidas humanas que dejó tras de sí. Su legado, por más reformas que contenga, está manchado por la brutalidad con que lo impuso.