viernes, 17 de enero de 2025

INFILTRADOS


No hay secretos, solo verdades esperando ser descubiertas



Hoy, leyendo un artículo en catalán en un periódico español, me detuve en una reflexión sobre los infiltrados en movimientos políticos. El autor lamentaba su presencia en entornos de izquierda, como si la disidencia fuera exclusiva de una sola ideología. Más allá del enfoque, lo preocupante era la generalización. En países como Chile, dirían que quienes son infiltrados están “doblemente culeados”: primero por quien los traiciona desde dentro y luego por el sistema que los reprime desde fuera. Crudo, pero exacto. La figura del infiltrado es ambigua: necesaria, sí, pero también inquietante.


Desde hace décadas, los infiltrados son piezas clave en los cuerpos de seguridad. Contra el terrorismo, el crimen organizado o grupos violentos, su labor ha evitado atentados, desmantelado redes y protegido vidas.
Pero su eficacia plantea dilemas. ¿Hasta dónde puede llegar el Estado para garantizar la seguridad pública? ¿Puede una causa justa justificar la vigilancia o manipulación de movimientos sociales?


El trabajo de un infiltrado es, sobre todo, anticiparse. Desde dentro, recogen información antes de que ocurran los hechos. Gracias a ellos, se han evitado ataques terroristas y se han desmantelado redes de narcotráfico y trata de personas. Detectan rutas, jerarquías y conexiones que de otro modo serían invisibles.


Otro desafío actual es la radicalización, tanto de derecha como de izquierda. No es el pensamiento radical el problema, sino el momento en que se convierte en violencia. Ahí es donde los infiltrados son clave: identifican a quienes manipulan a otros y frenan acciones antes de que sean irreversibles. No se trata de criminalizar la disidencia, sino de proteger a quienes terminan usados por líderes extremistas.


No todos los movimientos antisistema son violentos. Muchos canalizan el descontento de sectores excluidos. Pero cuando se cruzan ciertos límites —sabotajes, violencia contra personas o bienes— el Estado debe intervenir. La infiltración permite distinguir entre manifestantes pacíficos y violentos, evitando respuestas indiscriminadas. Con información precisa, se actúa de forma quirúrgica: se protege el derecho a protestar y se neutraliza a quienes buscan el caos.


Un infiltrado bien entrenado reduce la necesidad de grandes operativos y represión. Aporta datos concretos, evita daños colaterales y permite actuar con precisión. Su información también puede prevenir crisis mayores. Sabotajes o campañas de desinformación pueden dañar la confianza ciudadana y los mercados. Detectarlos a tiempo es clave.


Pero no todo es positivo. Sin control, un infiltrado puede ser un instrumento de persecución ideológica. Puede sembrar paranoia, desconfianza o provocar incidentes que no habrían ocurrido.
Por eso su uso debe estar regulado: legalidad, proporcionalidad y respeto a los derechos humanos. Bajo esas reglas, un infiltrado no es un enemigo de la democracia, sino un defensor silencioso. Alguien que, en la clandestinidad, debe actuar con ética.


La figura del infiltrado incomoda. Se mueve en la frontera entre protección y control. Pero en un mundo donde las amenazas cambian y se infiltran en todos los ámbitos —digital, político, ideológico—, su presencia puede marcar la diferencia.

miércoles, 15 de enero de 2025

NEUROLOGIA Y TECNOLOGIA.


"Si el cerebro parece tener todo bajo control, probablemente haya algo crucial que está pasando desapercibido."


Vivimos un momento fascinante —y a la vez inquietante— en la historia de la humanidad. La neurociencia y la tecnología ya no son campos separados; están convergiendo, y de esa unión surgen avances que desafían nuestras nociones más profundas sobre el cerebro, la identidad y el futuro.

Hace poco leí un artículo titulado “Neurotecnologías: Revolución y Dilemas Éticos”. Me dejó pensando. Lo que parecía ciencia ficción hace apenas unos años, hoy se está probando en quirófanos reales. Y el caso más visible de esta transformación tiene nombre propio: Neuralink, el ambicioso proyecto de Elon Musk.

El cerebro como interfaz

Neuralink no es solo una startup. Es un punto de inflexión. Su objetivo inicial es médico: permitir que personas con parálisis, epilepsia o ELA puedan controlar dispositivos electrónicos con el pensamiento. Para lograrlo, planean implantar un microchip del tamaño de una moneda directamente en el cerebro.

Este año, Neuralink tiene previsto realizar cirugías en 11 voluntarios tetrapléjicos. El implante ya ha sido probado en animales con resultados sorprendentes: monos capaces de mover un cursor con la mente. Aunque estos ensayos no estuvieron exentos de fallos técnicos y controversias éticas —varios animales fueron sacrificados—, la empresa afirma haber perfeccionado tanto el chip como el procedimiento quirúrgico.

Pero la visión de Musk va mucho más allá del ámbito terapéutico. Imagina un futuro en el que la mente humana pueda conectarse a internet, comunicarse sin palabras e incluso compartir pensamientos directamente con otros cerebros. En sus propias palabras, quiere evitar que la inteligencia artificial nos sobrepase… fusionando nuestra mente con ella.

Para 2030, Neuralink aspira a realizar más de 22.000 cirugías anuales. Musk visualiza centros especializados —casi como tiendas— donde cualquier persona pueda recibir un implante en cuestión de minutos, de forma rápida, precisa y robotizada. El precio, hoy estimado en unos 10.000 dólares, se reduciría significativamente.

Frente al entusiasmo, surgen preguntas incómodas. ¿Qué pasará con nuestra privacidad si nuestros pensamientos pueden ser leídos o manipulados? ¿Quién controlará esta tecnología? ¿Podrá un Estado o una corporación acceder a la intimidad de nuestra conciencia?

De ahí el surgimiento de conceptos como los neuroderechos, impulsados por científicos como Rafael Yuste, que abogan por proteger la autonomía mental frente a estas tecnologías emergentes. No se trata solo de ética médica, sino de preservar la libertad individual en la era de la mente digitalizada.

No están solos: la carrera neurotecnológica

Neuralink no es la única en esta carrera. Empresas como Kernel, Synchron y Onward también desarrollan interfaces cerebro-computadora. En total, más de 37 compañías han recibido inversiones superiores a los 560 millones de dólares en este campo. Neuralink, por sí sola, ya ha captado 500 millones.

La competencia es feroz, pero también estimulante: impulsa avances, acelera soluciones médicas y pone en el centro del debate temas fundamentales sobre qué significa ser humano en la era de la tecnología inmersiva.

Musk compara su dispositivo con el iPhone: funcional, elegante, y diseñado para revolucionar la manera en que nos relacionamos con la información. ¿La promesa? Liberarnos de pantallas, teclados y comandos físicos. Las acciones digitales surgirían directamente desde nuestros pensamientos.

Pero esta misma visión amplifica los dilemas: ¿qué ocurre cuando cada impulso neuronal puede ser registrado, interpretado o incluso replicado? ¿Dónde quedan el libre albedrío, la intimidad, la autenticidad?

Neuralink no es simplemente una empresa tecnológica. Es un símbolo del nuevo tiempo que estamos comenzando a habitar: uno en el que la mente y la máquina ya no están tan lejos.

El entusiasmo por sus posibilidades es comprensible. También lo es la inquietud ante sus riesgos. En esa tensión entre avance y ética, entre innovación y cautela, es donde debemos movernos como sociedad.

Porque si el futuro de la humanidad está en la fusión con la tecnología, entonces la gran pregunta no es qué podemos hacer con ella, sino qué queremos hacer con ella.

Fuente: XL Semanal – ABC

domingo, 12 de enero de 2025

EXPANSIONISMO






Si hay una piedra en el camino, no solo tropezarás con ella, sino que estará ahí otra vez la próxima vez que pases, aunque cambies de dirección.


Expansionismo: la sombra que nunca se va


Estar jubilado es tener tiempo. Tiempo para detenerse. Para leer más allá del titular. Para pensar en lo que antes pasaba fugaz, entre el ruido del día a día. Antes, leía la prensa como quien se lava la cara por la mañana: una rutina. Ahora leo con más calma. Y lo que veo no es alentador. El mundo se muestra más complejo, más turbio, a veces más preocupante.

Entre los noticias y las emisiones de Euronews, hay una palabra que no deja de repetirse. Aparece como un eco disfrazado de actualidad, pero su raíz es vieja. Muy vieja.


¿Qué es el expansionismo?


Es una ideología —o una pulsión histórica— que busca extender el poder de unos sobre otros. Puede ser territorial, económico, cultural o político. Siempre aparece con promesas de grandeza: más territorio, más riqueza, más prestigio. Pero casi siempre deja lo mismo: conflicto, desigualdad, devastación.


No es un fenómeno nuevo. Solo cambia de forma.

  • El Imperio Romano.

  • El colonialismo europeo.

  • La anexión de Crimea en 2014.

  • La guerra en Ucrania, 2022.

  • Las rutas comerciales y de infraestructura que China teje por medio mundo.

  • La sombra larga de EE.UU. en América Latina.

  • El Tíbet ocupado.

  • O incluso Trump y su ocurrencia de comprar Groenlandia.

    Todo apunta a lo mismo: la voluntad de poseer lo que está más allá.

Tipos de expansionismo


Territorial

La forma más directa: apropiarse de tierras mediante guerra, anexión o presión. Desde los antiguos imperios hasta las fronteras forzadas por conflictos modernos.

Económico

No se necesitan ejércitos. Solo mercados, tratados, deuda y dependencia. La riqueza fluye… pero no siempre en ambas direcciones. El dominio llega disfrazado de inversión.

Cultural

Más sutil. Impone costumbres, idiomas, valores. Lo global se come lo local. La diversidad se homogeneiza. Las culturas minoritarias desaparecen sin que nadie dispare una sola bala.

Político

Poder blando, influencia encubierta, golpes de Estado. Protectorados sin bandera. Alianzas que no son iguales. La soberanía se erosiona desde dentro.

La historia no se repite… tropieza

Dicen que la historia es cíclica. Yo creo que simplemente no aprendemos. Tropezamos con las mismas piedras. Las mismas promesas. Las mismas consecuencias.

Hoy, en pleno siglo XXI, el expansionismo debería parecernos una idea anacrónica. Pero sigue vivo en los discursos populistas, en los líderes nostálgicos que prometen “hacer grande otra vez” a sus naciones. Apela a emociones básicas: miedo, orgullo, pertenencia. Y ahí se instala.

¿Por qué debería importarnos?

Porque el expansionismo genera guerra, sufrimiento, desplazamientos. Porque impone lenguas y culturas. Porque agota recursos que no son suyos. Porque vende ilusión de poder, y deja ruinas.

Y lo más grave: porque nos hemos acostumbrado a mirarlo desde lejos. Como si no fuera con nosotros. Como si los mapas no cambiaran. Como si el tiempo fuera infinito y ya habrá otro momento para reaccionar.

Un mundo de etiquetas… y poca profundidad

Vivimos entre etiquetas.

Derecha. Izquierda. Progreso. Tradición. Capitalismo. Antisistema.

Como si bastara con nombrar algo para entenderlo. Como si el mundo pudiera dividirse entre buenos y malos, héroes y villanos. Nos quedamos en la superficie. No vemos el fondo. No conectamos los puntos. Y por eso no vemos venir lo que ya está aquí.

¿Y si empezamos a mirar diferente?

Jubilarse no es retirarse del mundo. Es tener tiempo para observarlo con otros ojos. Leer con calma. Pensar con pausa. Y darse cuenta de cosas que antes solo eran un parpadeo.

El expansionismo, con todas sus caras, es una de esas cosas. No es historia antigua. Es presente disfrazado. Y si no lo entendemos, lo repetiremos.

La pregunta es: ¿tenemos tiempo, como sociedad, para ver lo que ya está ocurriendo?

O seguiremos tropezando. Una y otra vez. Con las mismas piedras.


viernes, 10 de enero de 2025

EMIGRACION QUE LLEGA

 






La emigración descontrolada pone a prueba la capacidad de las sociedades para equilibrar humanidad y sostenibilidad frente a un cambio inevitable.



He leído esta mañana un artículo que me ha enviado un amigo. Como muchos, estamos preocupados por la transformación del mundo ante las migraciones que se están produciendo desde otras latitudes hacia Europa. Coloco el enlace abajo.

Arturo Pérez-Reverte dibuja una escena simple: el fin de Roma y lo que vivimos ahora es la misma historia, que se repite. Habla de godos que llegan como refugiados, buscando algo mejor, y de un imperio que ya no tiene fuerza para resistir. Roma cayó por corrupción, desigualdad y su incapacidad para integrar a los recién llegados. Europa va por el mismo camino.

El paralelismo es claro. Los migrantes, empujados por el hambre y las guerras, llegan a una Europa cómoda pero frágil. Hay compasión por ellos, sí, pero también miedo. Y ese miedo choca con la realidad: no hay recursos para todos. No hay un plan, no hay líderes capaces, no hay preparación. Solo queda un "buenismo hipócrita", una mezcla de culpa y orgullo mal entendido.

La historia, dice Reverte, no es nueva. Lo que pasó en Roma pasa hoy. Imperios que caen, civilizaciones que cambian. No hay soluciones fáciles. Y tampoco hay tiempo para buscarlas. Europa, ese continente de Homero, Dante y Newton, está gastada. No puede defenderse, no quiere defenderse. Quizás ni deba hacerlo.

Su tono es duro, cargado de resignación. Reconoce que hemos avanzado en ética y derechos, pero esos mismos logros nos atan. Ya no se puede usar la violencia de antes para enfrentar problemas de hoy. Pero sin esa "herramienta histórica", Europa se desmorona. Los políticos son mediocres, las élites intelectuales han desaparecido, y las escuelas no enseñan lo que importa. Nadie entiende que esto ya ha pasado antes.

Reverte no propone soluciones mágicas. Dice que hay que aceptar lo inevitable. Preparar a los jóvenes para el caos que viene. Darles herramientas para sobrevivir, para luchar o resignarse, pero con dignidad. Que piensen como griegos, que peleen como troyanos, que sean romanos conscientes del fin.

Al final, es un recordatorio crudo: el mundo cambia, y Europa está muriendo. Quizás algo mejor venga después, pero ni nosotros ni él estaremos para verlo. Solo queda asumirlo, con lucidez, y preparar a los que vienen.


lunes, 6 de enero de 2025

NEUROTECNOLOGIAS. REVOLUCION Y DILEMAS ETÍCOS


La máquina perfecta que aún estamos descifrando

Hoy, mientras leía la prensa, me encontré con una entrevista a Rafael Yuste. No conocía su trabajo ni el concepto de neuroderechos. Sus palabras me obligaron a detenerme. No hablaba de ciencia ficción, sino de un futuro que ya está aquí. 

España ha lanzado el Centro Nacional de Neurotecnología (Spain Neurotech) en la Universidad Autónoma de Madrid. Una inversión de 200 millones de euros para unir neurobiología, ingeniería e inteligencia artificial. Su apuesta más fuerte: combinar ciencia, ética, derecho y empresa en un mismo espacio.

La neurotecnología avanza rápido. No solo busca curar enfermedades, sino también potenciar habilidades, descifrar pensamientos y, tal vez, modificar el comportamiento.Interfaces cerebro-computadora, estimulación cerebral profunda, implantes neuronales… Lo que hace poco era material de novelas, hoy se prueba en laboratorios de todo el mundo, también en España.

Investigando un poco más, esto es lo que descubrí que Yuste advierte que estamos abriendo la puerta a lo más íntimo que tenemos: la mente. Y ese acceso trae riesgos. Dice que mas o menos que si tu historial de navegación vale oro, imagina lo que vale el acceso directo a tus pensamientos, emociones e intenciones.

Por eso Yuste impulsa los neuroderechos: principios éticos y legales para proteger la privacidad mental, garantizar un acceso equitativo y defender el libre albedrío. Chile ya los ha incorporado en su Constitución, y España comienza a dar los primeros pasos. No es un temor infundado. Sin regulación, gobiernos o empresas podrían manipular decisiones y comportamientos. La distopía dejaría de ser ficción. Propone crear un organismo internacional, similar al OIEA en materia nuclear, para regular la neurotecnología. Lo que está en juego no es solo el cuerpo, sino también la mente.

Entre los avances actuales destacan los neuroestimuladores que alivian síntomas de Parkinson y epilepsia.

  • Interfaces que permiten a personas paralizadas mover prótesis con el pensamiento.

  • Un casco australiano capaz de leer pensamientos no verbalizados.

  • Estudios para mejorar la memoria en pacientes con Alzheimer.

Estas tecnologías pueden devolver movilidad, voz y autonomía. Su lado más humano está en lo que devuelven a quienes habían perdido tanto.

Quizá en poco tiempo llevar un sensor cerebral sea tan normal como usar un smartwatch. La educación, el trabajo y la comunicación podrían transformarse por completo. Pero el poder tecnológico necesita límites.




Pensar antes de ceder


La neurotecnología no es el enemigo. Es una herramienta. Puede sanar, mejorar y liberar. Pero también puede controlar, vigilar o distorsionar.


Necesitamos regulación, reflexión y una conversación abierta. Antes de conectar nuestras mentes a las máquinas, deberíamos asegurarnos de estar conectados entre nosotros con principios claros y humanos.

Fuente: El País – Entrevista a Rafael Yuste (2025)

CATÁSTROFES EN ESPAÑA

  ¿FALLOS DE ÉPOCA O RESPONSABILIDAD POLÍTICA?   Hoy, un periódico de Alicante recuerda la explosión ocurrida en la armería   El Gato , en l...