La grandeza de una nación no se mide por el poder de sus ejércitos, sino por la huella que deja en la historia y en la memoria de los pueblos.
Es evidente. En este blog he compartido temas y curiosidades de Roma que me han sorprendido: teatros, anfiteatros y otros edificios que aún hoy imponen respeto, así como detalles leídos en textos antiguos que, aunque parecen lejanos, nos tocan muy de cerca.
Hace poco escribí sobre Borea, un gladiador hispano nacido en tierras leonesas, que alcanzó la gloria en la arena romana. Hoy regreso a Hispania, pero para hablar de un hombre que llegó aún más alto. No solo al corazón del Imperio, sino a su cima: el emperador Marco Ulpio Trajano, nacido en Itálica, la actual Sevilla.
Sí, el mejor emperador que tuvo Roma no nació en Roma. Nació en Hispania. No es un eslogan nacionalista, es un hecho. David Soria lo demuestra con claridad en su biografía Trajano, el mejor emperador (Desperta Ferro, 2025). Trajano gobernó entre los años 98 y 117 d.C., y su legado sigue resonando.
Trajano fue militar desde joven. Hijo de un general, creció entre campamentos, mapas y fronteras. Participó en campañas en Hispania, Siria y Germania. Fue cónsul en el año 91 y se ganó la confianza del ejército. Cuando el emperador Nerva necesitó un sucesor con verdadera autoridad, lo adoptó sin dudar. Un año después, a la muerte de Nerva, Trajano asumió el poder sin violencia. Así comenzó lo que muchos consideran la etapa más gloriosa del Imperio romano.
Su reinado se caracterizó por la expansión territorial, el orden interno y una notable obra pública. Llevó las fronteras de Roma a su máxima extensión. Derrotó a los dacios (en la actual Rumanía), arrasó su reino y creó una nueva provincia rica en oro, vital para la economía imperial. Lo celebró con la Columna Trajana, que aún se alza en el centro de Roma y que he admirado en cada una de las cuatro veces que he estado allí.
Después fue a por Partia, en el este, lo que hoy sería Irán. Tomó su capital, Ctesifonte. Aunque la ocupación fue breve, la campaña fue una contundente demostración de fuerza. Y no la dirigió desde la distancia: estaba allí, con sus tropas, en el frente.
Pero no todo fue conquista. Trajano invirtió en caminos, acueductos, puentes; modernizó el puerto de Ostia y fortaleció el comercio. Implementó políticas sociales, apoyó a huérfanos y a familias numerosas. Gobernó con firmeza, pero sin arrogancia. Sin misticismos ni divinidad. Fue austero, accesible. Y sí, era bisexual. En Roma, eso no era un escándalo.
No tuvo hijos. Adoptó a Adriano, otro hispano. Murió en campaña, en Asia Menor, en el año 117. El Senado lo divinizó. Y acuñó una fórmula de saludo que lo dice todo: “Que seas más afortunado que Augusto y mejor que Trajano”.