“El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para su realización.”
— C. N. Parkinson, 1957
A lo largo de los años, he visto cómo muchas instituciones —públicas y privadas— terminan atrapadas en un laberinto de trámites, formularios y procedimientos que ya nadie recuerda por qué existen. Ahora que tengo el tiempo y la distancia para observar con calma, quiero dejar una de las reflexiones.
Cuando el sistema se convierte en obstáculo
Lo que alguna vez fue una herramienta para gestionar lo complejo, termina transformándose en una estructura que consume energía sin generar acción.
La ley de Parkinson lo explica con claridad:
Las organizaciones tienden a crecer aunque su carga de trabajo no aumente. Porque el sistema se alimenta de sí mismo. Cada nuevo funcionario necesita subordinados para justificar su puesto; y esos subordinados, a su vez, crean nuevos informes, departamentos y pasos.
El resultado es predecible: cuanta más estructura, menos acción.
El crecimiento que inmoviliza
He visto organizaciones enteras principalmente en Perú, donde se trabaja más en justificar que en resolver. Se crean cargos redundantes, se multiplican los pasos, y se celebran reuniones que solo sirven para llenar calendarios. Lo más peligroso es que este crecimiento no parece desordenado: se disfraza de método, de rigor, de control. Pero en realidad, oculta parálisis, lentitud y pérdida de rumbo.
Algunos ejemplos que lo ilustran
La historia nos ofrece muchos ejemplos de burocracias que terminaron asfixiando a las instituciones que las sostenían:
Imperio Bizantino: En su etapa final, dedicaba más recursos al mantenimiento del aparato administrativo que a la defensa del imperio.
Unión Soviética: Una maraña de jerarquías y formularios gestionaba la escasez, sin resolverla.
Estados democráticos modernos: Niveles de validaciones y reportes que ralentizan decisiones básicas.
Empresas, universidades, hospitales: Donde el tiempo para innovar es devorado por informes, formatos y auditorías interminables.
Una máquina que olvida su propósito
Un cargo, un comité, una reunión… solo tienen sentido si resuelven algo real.
Cuando los medios se convierten en fines —y el trámite en objetivo—, se pierde el foco. Y ese desgaste rara vez es escandaloso: avanza lento, silencioso, como una humedad que va debilitando los cimientos.
Es, simplemente, preguntarse:
¿Qué tareas ya no hacen falta?
¿Qué decisiones se repiten innecesariamente?
¿Qué procesos podrían simplificarse con confianza y sentido común?
Y voluntad política para rendir cuentas no solo del gasto, sino del impacto real de cada estructura que se mantiene.
Y por eso, su poder es tan difícil de identificar… y tan fácil de normalizar.
Porque un sistema que gira sobre sí mismo puede parecer activo… pero no va a ningún lado.




