La teoría de los muchos mundos: una hipótesis fascinante
La teoría de los muchos mundos, propuesta por Hugh Everett en 1957, es una de las interpretaciones más intrigantes —y también desconcertantes— de la mecánica cuántica. Intenta dar sentido a lo que ocurre cuando observamos un fenómeno en el mundo subatómico, donde las reglas no se comportan como en la experiencia cotidiana.
Everett propuso una respuesta radical: nada desaparece. Según su hipótesis, no hay colapso del estado cuántico. Todas las posibilidades continúan existiendo, pero en universos distintos. Cada vez que ocurre una observación o una decisión cuántica, el universo se divide. En uno de ellos ves cara; en otro, ves cruz. En uno ganaste la lotería; en otro, no. Y en cada uno hay una versión de ti que vive esa realidad sin saber que existen las demás.
Un ejemplo cotidiano puede ayudar. Supongamos que compras un billete de lotería. En un universo, tu número resulta premiado; en otro, pierdes. Tú solo eres consciente de una de esas versiones, pero ambas, según esta interpretación, existen. Tu “otro yo” vive su propia versión de los hechos, aunque jamás podréis comunicaros.
Eso es precisamente lo que plantea el límite más fuerte de esta teoría: no hay forma de contactar con esos otros mundos. Una vez separadas, las distintas realidades no pueden influirse entre sí. Cada universo sigue su propio curso, independiente del resto. Aunque haya otros “tú”, no puedes advertirles ni intervenir en lo que ocurre en su mundo.
Cabe aclarar que no se trata de una teoría comprobada, sino de una hipótesis interpretativa. No cambia las leyes de la mecánica cuántica, que funcionan igual con o sin esta idea. Lo que modifica es la forma en que explicamos lo que sucede en el fondo. Y aunque hoy no haya forma de verificar la existencia de estos mundos paralelos, la propuesta ha tenido repercusiones interesantes.
En cosmología, algunos la relacionan con la idea de un universo infinito, en expansión constante, que podría dar lugar a realidades infinitas. En el ámbito de la computación cuántica, se ha especulado con la posibilidad de que los ordenadores cuánticos aprovechen la superposición de estados, aunque eso no implique necesariamente mundos paralelos “reales”. En filosofía, la teoría plantea preguntas incómodas sobre el libre albedrío, la identidad y la responsabilidad. Si existen otras versiones de mí actuando de maneras distintas, ¿qué significa realmente ser “yo”?
En resumen, no es ciencia ficción, pero tampoco está demostrada. Propone que todos los resultados posibles de un evento cuántico ocurren realmente, pero en universos diferentes. No hay comunicación entre ellos, y cada uno sigue su curso sin influencias externas. La idea ayuda a resolver ciertos problemas en la interpretación de la física cuántica, pero a cambio introduce nuevas dificultades, sobre todo de tipo filosófico. Si fuera cierta, estaríamos viviendo muchas vidas a la vez, pero solo seríamos conscientes de una de ellas.
La entropía y la dirección del tiempo
La entropía es una medida del desorden de un sistema. Cuanto mayor es la entropía, más desordenado está. Una habitación recién ordenada tiene baja entropía; la misma habitación, una semana después, con ropa tirada y polvo acumulado, tiene alta entropía. En la naturaleza, la entropía siempre tiende a aumentar. Es una ley física: los sistemas aislados evolucionan espontáneamente hacia el desorden, nunca hacia el orden.
Este principio tiene una consecuencia directa sobre nuestra percepción del tiempo. Lo que llamamos “pasado” y “futuro” parece estar definido precisamente por el sentido en que crece la entropía. El pasado es el estado más ordenado; el futuro, el más desordenado. Sabemos que una taza puede romperse, pero no que pueda recomponerse sola. El tiempo, tal como lo experimentamos, fluye en la misma dirección en que crece la entropía.
Esto también explica por qué recordamos el pasado y no el futuro. El pasado deja huellas: registros, memoria, datos, calor, trazas físicas. Los eventos ya ocurrieron y modificaron el entorno. El futuro, en cambio, aún no ha producido esas huellas. La entropía que lo caracterizará todavía no se ha generado. Esa diferencia es lo que nos da la sensación de que el pasado ya fue y el futuro aún no existe. De hecho, según la teoría de la relatividad, todo el tiempo —pasado, presente y futuro— coexiste. Pero nuestra mente solo puede seguir la dirección marcada por el crecimiento de la entropía.
Cuando se habla de la “flecha de la entropía”, se hace referencia precisamente a esa dirección del tiempo que va del orden al desorden. Por eso el hielo se derrite, pero no se congela solo; un huevo se rompe, pero no se recompone; recordamos el día de ayer, pero no sabemos qué ocurrirá mañana. Todo se mueve en el mismo sentido: hacia el aumento del desorden.
Nuestra mente está integrada en ese flujo físico. El cerebro funciona dentro de ese marco. Registra huellas y recuerdos de eventos que ya ocurrieron porque el pasado dejó marcas físicas en forma de señales neuronales, variaciones térmicas o cambios energéticos. El futuro, en cambio, no ha dejado ningún tipo de traza, porque aún no ha pasado nada. Por eso pensamos siempre en términos de lo que viene y no de lo que “ya vendrá”.
Un ejemplo sencillo: si se ve una película al revés y se observa cómo los trozos de un vaso roto vuelven a unirse, el agua se eleva al vaso y este salta de nuevo a la mesa, nuestra mente lo rechazará. No es solo que parezca ilógico: es que va en contra del sentido físico y mental en que entendemos la realidad. Todo nuestro sistema sensorial está habituado a que las cosas se rompan, envejezcan o se desgasten, no al revés.
Por eso, cuando se dice que “nuestra mente solo puede seguir la flecha de la entropía”, se quiere decir que solo percibimos el tiempo en la dirección en la que evoluciona el universo físico. Solo podemos recordar el pasado porque dejó huellas. No podemos recordar el futuro porque aún no ha aumentado la entropía que lo definirá. En términos simples: nuestro sentido del tiempo —eso que llamamos pasado, presente y futuro— existe porque el desorden del universo crece. Y nuestra mente está atrapada en esa dirección.
Entropía y mundos paralelos: un mismo sentido del tiempo
La teoría de los muchos mundos no entra en conflicto con esta visión. Según esa hipótesis, cada vez que ocurre una observación o una decisión cuántica, el universo se divide en distintas versiones. En cada una de esas ramas, la entropía sigue aumentando. Cada universo mantiene su propia flecha del tiempo, siempre orientada hacia el futuro.
Aunque existan infinitas realidades paralelas, todas comparten la misma tendencia: el desorden creciente. En ninguna de ellas el tiempo retrocede, ni los sucesos se revierten. Si tiras un vaso al suelo, en un universo se rompe, en otro tal vez se queda de pie. Pero en ambos la entropía aumenta: se libera energía, se altera el aire, se genera sonido y calor. No hay un universo donde el vaso se recomponga y el desorden disminuya espontáneamente.
En resumen, la entropía es el motor que da sentido al tiempo. El pasado deja huellas porque su entropía ya aumentó; el futuro no, porque aún no ha ocurrido. Aunque desde la relatividad todo el tiempo coexista, solo percibimos su avance en el sentido en que crece la entropía. Y aunque existan múltiples versiones del universo, cada una vive su propia historia con su propio crecimiento del desorden.
Dicho de forma simple: el tiempo no avanza porque existan relojes, sino porque crece la entropía. Y esa es la razón por la que recordamos el pasado, no el futuro, aunque ambos existan en la estructura del universo.
[1] https://elpais.com/ciencia/2025-11-03/alberto-casas-fisico-el-libre-albedrio-es-una-ilusion-creada-por-nuestro-cerebro-todo-lo-que-va-a-suceder-esta-ya-escrito.html
