Al final, en lo absurdo está lo humano, y en lo humano, la verdad.
Luis García Berlanga: el genio del absurdo que reflejó a España
Este mes de diciembre he finalizado en la Universidad de Alicante un taller sobre escritura de guiones cinematográficos. Revisamos películas, guionistas y directores, sobre todo norteamericanos. Wilder. Hitchcock. Ford. No estuvo mal. Aprendí cosas. Pero cada vez que terminábamos, pensaba en otros nombres. En otros directores. Pensaba en Berlanga. No se habló de su filmografía. Supongo que no había tiempo. O no era el enfoque. Pero para mí, Berlanga siempre está ahí. Este texto es sobre él. Sobre lo que fue y sobre lo que sus películas siguen siendo.
Luis García-Berlanga Martí (Valencia, 1921) no solo dirigió películas: construyó un lenguaje propio para mostrar las contradicciones de la sociedad española. Con ironía y humor, atravesó la censura y retrató temas prohibidos sin pronunciarlos. Su cine refleja el poder, la burocracia y la moral, usando el absurdo como herramienta crítica. No hay héroes, sino personajes atrapados en sistemas que no entienden. En ellos se reconoce la impotencia colectiva. Su mirada es mordaz, pero nunca pesimista: siempre hay espacio para la risa, incluso en la tragedia. Ese equilibrio lo convierte en un referente irrepetible.
Características esenciales del cine de Berlanga
- Crítica social y política indirecta, pero incisiva.
- Uso del absurdo como herramienta narrativa.
- Personajes atrapados en sistemas disfuncionales.
- Humor que suaviza y refuerza la denuncia.
- Planos secuencia para crear caos organizado.
Los personajes, los actores y el legado de Berlanga
En el cine de Berlanga no hay héroes ni villanos, solo personas atrapadas en sistemas que no comprenden: funcionarios, alcaldes, curas, burgueses, campesinos… Todos enfrentan situaciones absurdas que reflejan una sociedad desbordada por burocracia y prejuicios.
Aunque la crítica es constante, nunca cae en el pesimismo. Sus historias recuerdan que la risa siempre está cerca, incluso en el caos. Ese equilibrio entre humor y reflexión mantiene su cine vigente.
Berlanga también fue un maestro en la dirección de actores. José Isbert, Alfredo Landa o Pepe Sacristán aportaron verdad, ironía y emoción contenida a personajes que parecen extraídos de la vida real.
Su legado no son solo premios, sino una forma única de hacer cine: crítica sin panfleto, humor con intención y sátira con alma. Hoy sigue siendo una referencia esencial para entender la relación entre poder, sociedad y el absurdo humano.
Cienemtografia destacada para mi
Bienvenido, Mister Marshall (1953)
Una sátira sobre el conformismo y la ingenuidad de la España de posguerra. En un pueblo andaluz, los vecinos se preparan para la llegada de diplomáticos estadounidenses. Se visten de flamencos y montan espectáculos… pero la realidad es otra. Berlanga denuncia, entre risas, la manipulación política y los sueños vacíos de una sociedad necesitada.
Plácido (1961)
En plena Navidad, se lanza una campaña franquista: “Siente a un pobre a su mesa”. Plácido, un humilde hombre contratado para el acto, se convierte en un símbolo de caridad. Berlanga lanza aquí una de sus críticas más feroces a la hipocresía burguesa. Fue nominada al Óscar a Mejor Película de Habla No Inglesa.
El verdugo (1963)
Comedia negra y demoledora crítica a la pena de muerte. José Luis, joven enterrador, se ve forzado a heredar el oficio de su suegro: verdugo del Estado. La película revela el horror cotidiano de una función institucionalizada. Una sátira sobre la obediencia, la normalización de la violencia y la doble moral de una sociedad cómplice.
La Trilogía Nacional
La escopeta nacional (1978)
Con La escopeta nacional, Berlanga inauguró su célebre Trilogía Nacional, escrita junto a Rafael Azcona. La película retrata con sátira la España de la Transición, mostrando el tráfico de influencias del tardofranquismo. En una cacería organizada por el empresario catalán Jaume Canivell, ministros, aristócratas y oportunistas negocian favores y contratos, evidenciando cómo las élites se adaptan al nuevo orden democrático.
Con humor negro, diálogos afilados y sus característicos planos secuencia, Berlanga disecciona la hipocresía y la ambición que sostienen el sistema. Más que una comedia brillante, es un documento crítico imprescindible para entender las inercias del poder en España.
Patrimonio nacional (1981)
Tras la muerte de Franco, el marqués de Leguineche regresa a Madrid decidido a recuperar influencia. Berlanga retrata la nobleza arruinada que intenta sobrevivir mendigando favores en la monarquía restaurada. Una sátira feroz sobre la adaptación oportunista de las viejas élites.
Nacional III (1982)
Con el triunfo socialista, los Leguineche traman sacar su fortuna a Francia. Entre enredos y absurdos, Berlanga muestra el miedo y la codicia de las clases altas ante el cambio político. Un cierre brillante para una trilogía que es historia viva del cine y de la sociedad española.
La vaquilla (1985)
En plena Guerra Civil, un grupo de soldados republicanos recibe una misión insólita: robar la vaquilla destinada a las fiestas del bando nacional. Lo que empieza como una operación estratégica termina siendo un desfile de torpezas y situaciones absurdas, reflejo del sinsentido de la contienda.
Con su inconfundible humor negro, Luis García Berlanga convierte la tragedia en sátira, criticando el fanatismo, la miseria y la inutilidad del enfrentamiento fratricida. La película evita el maniqueísmo: republicanos y nacionales aparecen igual de ridículos y vulnerables, unidos por el hambre y la necesidad de sobrevivir.
La vaquilla es una de las grandes comedias antibélicas del cine español, capaz de provocar risa y reflexión a partes iguales.
Todos a la cárcel (1993)
En una cárcel valenciana se celebra un encuentro entre antiguos represaliados del franquismo, hoy convertidos en burgueses, y presos comunes. La situación da pie a una sátira esperpéntica donde se cruzan corrupción, memoria manipulada y un olvido interesado. Berlanga firma una tragicomedia amarga sobre la posmemoria y el cinismo político, que le valió el Goya al mejor director.
El cineasta no solo dirigió películas: creó un lenguaje propio, un estilo reconocible que lleva su nombre. Su mirada irónica convierte el dolor en humor, revelando las miserias de un país que prefiere barrer sus fantasmas bajo la alfombra. Con esta obra, Berlanga nos recuerda que reír es, a veces, la única forma de entender lo que otros insisten en ocultar.