El pragmatismo: pensar sirve si conduce a actuar
“Pensar solo tiene sentido si ese pensamiento se convierte en acción.”
A lo largo de mi vida profesional y personal he procurado guiarme por algunos principios que, aunque no los escribí en su momento, marcaron mi manera de pensar y actuar. Ahora que estoy jubilado, quiero dejar por escrito esas reflexiones. El primero de esos principios es el pragmatismo.
El valor de una idea está en lo que produce
Siempre he creído que el pensamiento solo vale cuando se traduce en acción. Una idea, por brillante que parezca, no sirve de nada si no cambia algo en la realidad. Pensar no es un adorno intelectual: es una herramienta para resolver, mejorar y adaptarse.
El pragmatismo, una corriente nacida en Estados Unidos a finales del siglo XIX con autores como Charles S. Peirce, William James y John Dewey, sostiene exactamente eso: el valor de una idea depende de sus consecuencias. La verdad no es algo absoluto ni eterno; es verdad mientras funciona, mientras sirve.
Pensar para resolver, no para adornar
Siempre he desconfiado de los discursos que suenan bien pero no llevan a nada. Prefiero la acción imperfecta a la perfección inmóvil. Ser pragmático no es despreciar las ideas, sino ponerlas a prueba.
Lo que importa no es la intención, sino el efecto que produce. Ser coherente no consiste en repetir fórmulas, sino en mantener el rumbo, incluso cuando cambian las condiciones. El idealista busca que el mundo se adapte a sus valores; el pragmático, en cambio, ajusta los suyos para avanzar sin perder dirección.
Actuar, aprender, ajustar
El pragmatismo no ofrece certezas, sino utilidad. Nos invita a pensar para actuar y actuar para aprender, en un ciclo constante donde el error no es un fracaso, sino una oportunidad de ajuste.
No se trata de oportunismo, sino de medir los valores por su impacto real. En la gestión pública, eso significa evaluar por resultados, no por declaraciones. En la vida personal, significa valorar las convicciones por lo que generan, aunque el efecto sea modesto.
Como escribió William James: “La verdad es lo que nos conviene creer cuando funciona.”
La inteligencia del resultado
Funcionar, al final, es usar la inteligencia para decidir. El pensamiento pragmático observa la realidad sin idealizaciones: no busca culpables, busca soluciones.
Y en eso —en la acción que mejora, corrige y avanza— reside su verdadera fuerza. Porque pensar, sin actuar, no transforma nada. Y actuar sin pensar, solo multiplica los errores. El equilibrio está en usar el pensamiento como motor de acción, no como refugio.
El pragmatismo no es frialdad ni cálculo: es responsabilidad. Es pensar para servir, no para exhibirse.
Reflexión final
El pragmatismo enseña que la coherencia no está en la rigidez, sino en la dirección. Que la verdad no se defiende en palabras, sino en resultados. Y que, si el pensamiento no conduce a la acción, se queda en teoría.
Actuar con sentido es la forma más alta de pensamiento.


