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Paseo de la Reforma |
"Planifica tu futuro como si fueras a quedarte para siempre; saborea el presente como si fuera tu último suspiro."
Ciudad de México
Nuestro viaje a Ciudad de México fue un recorrido por una capital vibrante, desbordante de historia, modernidad y simbolismo. Desde el momento en que llegamos, la ciudad nos asombró con su caos ordenado, sus cielos vigilados por rascacielos y sus calles que respiran siglos de cultura viva.
Paseo de la Reforma y las Catrinas
Cada tarde, recorríamos el Paseo de la Reforma, una de las avenidas más emblemáticas del país. Flanqueada por árboles, fuentes y esculturas, esta gran arteria urbana nos conducía al alma de la ciudad. En medio del bullicio, el Ángel de la Independencia, majestuoso y brillante bajo el sol, se erguía como testigo del tiempo. Alrededor, las figuras de Catrina decoraban la avenida con sus vestidos elegantes y sus rostros esqueléticos. Esta personificación de la muerte, tan presente en la cultura mexicana, no asusta: celebra la vida. Cada escultura parecía una guardiana festiva del eterno ciclo entre la existencia y el recuerdo.
Teotihuacán
El último día reservamos la mañana para una de las experiencias más impactantes del viaje: la visita al complejo arqueológico de Teotihuacán. Las pirámides, imponentes y silenciosas, se alzaban hacia el cielo como monumentos eternos. Subimos los peldaños de la Pirámide del Sol, y desde su cima, el horizonte parecía sin fin. Al otro extremo, la Pirámide de la Luna completaba el paisaje con su simetría ancestral. Por un instante, sentí que habíamos viajado en el tiempo, tocando con la mirada las huellas de una civilización milenaria.
Xochimilco
Por la tarde, cambiamos la historia antigua por la alegría de lo popular. Navegamos por los canales de Xochimilco en una colorida trajinera, adornada con flores y nombres pintados a mano. La música de mariachis flotaba en el aire mientras el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados. El agua reflejaba luces y sombras, y las flores, agitadas por la brisa, parecían danzar con el crepúsculo. Fue un paseo lleno de encanto, de esos que se guardan para siempre en la memoria.
Museo Nacional de Antropología
Si hay un lugar que realmente nos conmovió fue el Museo Nacional de Antropología, al que dedicamos un día entero. Cada sala era una cápsula del tiempo, desde las gigantescas cabezas olmecas hasta los delicados artefactos mayas, pasando por los códices, urnas y esculturas aztecas. Fue un recorrido fascinante por la riqueza cultural del México prehispánico.
Almorzamos en uno de los restaurantes del museo, haciendo una pausa para digerir no solo la comida, sino también la sobrecogedora magnitud de lo que habíamos contemplado. El museo no solo exhibe piezas; cuenta historias que aún viven en el alma de este país.
Centro Histórico
En nuestros paseos por el centro, no podía faltar una parada en el Palacio de Bellas Artes, un edificio de mármol blanco que es símbolo de la cultura mexicana. Su arquitectura, imponente y elegante, alberga en su interior obras de artistas nacionales e internacionales, y representa la fusión entre arte, historia y modernidad.
Muy cerca, ascendimos a la Torre Latinoamericana, desde cuya terraza panorámica se despliega la inmensidad de la ciudad. Desde allí, Ciudad de México se revela en todo su esplendor: un océano de edificios, avenidas, plazas y vida, con el eco de su pasado resonando en cada esquina.